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Navidad Falsa Navidad

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Las Navidades y toda esa parnaferlaria consumista que nos rodea en estos días, llegan cada vez más pronto a nuestras calles, coches, metros y hogares. Los anuncios se mezclan con los adornos propios de estas fechas. Lo mismo iluminan las marquesinas de los autobuses que los excesivos decorados navideños. En la televisión se venden toda clase de productos tangibles y regalables, casi han desaparecido las aseguradoras y los bancos de la parrila publicitaria televisiva. ¿A quién se le ocurre regalar una cuenta al nosécuántos por ciento TAE en el banco de Matias Prats? También las emisoras de radio venden móviles de decimoquinta generación y exóticas fragancias con nombres de ilustres y famosos. La gente se lanza a la calle en busca del regalo perfecto, ese que nos han vendido el fin de semana en el suplemento navideño de algún periódico burgués de tirada nacional.

Los macrocentros comerciales de nuestras ciudades hacen el agosto en diciembre vendiendo un artificial espíritu navideño en sus campañas publicitarias. El fin último y primordial que empuja a esta clase de empresas es el de amasar más dinero, utilizando cualquiera de los métodos que estén a su alcance, sin importarles desvirtuar el verdadero significado de estas fechas.

Nos han socializado para comprar, necesitamos quedar bien con la familia y allegados. Todos queremos que sea recíproca esa frenética búsqueda de regalos y que nos regalen más y más... como si nunca tuviésemos suficiente. Y esa es precisamente la idea que se vende, por encima de los productos materiales: "nunca es suficiente". Si tenemos un televisor, tendríamos que tener uno más grande; si ya tenemos unos cuantos jerseys, deberíamos tener más y más modernos; si las cortinillas del cuarto de baño, esas de toda la vida, cumplen su función perfectamente, más nos vale comprar unas nuevas para que no desentonen con el estilo cada vez más barroco de nuestros hogares.

Aquel concepto olvidado que manejaban a diario nuestros abuelos, la austeridad, se ha perdido en la papelera, entre el envoltorio de algún caro e inecesario regalo navideño. No hay más que mirar los contenedores en estas fechas para darse cuenta de que estamos en Navidad. Enormes cajas de cartón que antes envolvían una televisión de plasma de chikicientas pulgadas, o una gigantesca cocinilla de juguete para la niña de la casa, papeles de regalo, plásticos de burbujas... En fin, a veces se consumen más recursos para los embalajes de los productos que para los productos en sí. Y si continuamos con este ritmo de patológico consumo, llegará un momento en el que la Tierra no aguante la cadencia irresponsable que manejamos durante todo el año y especialmente en estos días.

En ese momento, cuando no nos quede más que tierra para regalar en Navidad, nos seguirán cobrando por la tierra más elegante y aún estaremos dispuestos a pagar.

Feliz Falsedad a todos.